miércoles, 23 de septiembre de 2009

MIEDO

A vivir y a morir,
Aunque nos jactemos de desear la muerte.

A querer y ser queridos,
Aunque nos jactemos de ser repudiados, y sepamos que queremos y somos queridos mas de lo que nuestro orgullo nos permite aceptar.

A odiar y ser odiados,
Aunque nos jactemos de odiarnos a nosotros mismos.

A temer y ser temidos,
Aunque de eso nos componemos, de miedo, y eso es lo que nos hace quienes somos.

Miedo a ser comunes,
Aunque nos jactemos de ser especiales, y en el fondo sepamos que somos tan ordinarios como cualquiera, como nosotros mismos, frente al espejo.

Miedo a nuestros amigos, y a perderlos,
Aunque nos jactemos de ser pocos, geniales e irrepetibles, y de que nuestra amistad sea inquebrantable.

Eso y cientos de sentimientos más, forman el miedo, y este nos forma a nosotros.
Aunque hoy, y por ustedes, no tengo miedo de decir todo esto.

Para ustedes, que saben quienes, mis amigos.

lunes, 10 de agosto de 2009

Cronicas rurales III

Perro Negro

A pesar de los casi agresivos rayos de un nuevo sol, el camino todavía tiene recodos cubiertos de sombra, donde el frío se refugia y aun se regodea la posibilidad de lo inesperado. Se desdibuja y se entibia eliminando la noche, secando la humedad que sepultan las ruedas.
La velocidad es demencial y atemorizante, como un amanecer de Abril, y de pronto, de la sombra, de la noche que aun no ha muerto, casi como si huyera, un perro, irónicamente negro, corriendo frente al vehículo, y mientras siento que la fuerza centrifuga me lanza hacia delante por el intento inútil de detenerse que hace el conductor, lo veo, entre aterrado y temerario, rápido y ágil, pero no lo suficiente. Luego el automóvil se bambolea, malsanamente, y yo imagino sus huesos aplastándose y comprimiéndose, volviéndose astillas. Y miro hacia atrás, y la velocidad lo expulsa, como un bocado maldito, dando vueltas estertóreas en el pavimento, ahora caliente por el amarillo amanecer. Y ya no es totalmente negro, sino también rojo, y blanco agonizante, y aun no termina de caer inmóvil cuando una colina lo oculta, una curva del camino. Y como si no valiera tanto la pena, el conductor acelera. Lo que llevamos es más importante. Mis ojos, perplejos miran a la nada, e imaginan la escena repetidamente, cada vez más difusa. No acierto a pensar si es o no un mal augurio, solo me digo a mi mismo “No vamos a llegar”.
Media hora después, a mitad del camino nace un varón. La velocidad de la ambulancia fue inútil. El niño, sano, rebosante de vida, se mueve vigorosamente. Hay una sonrisa generalizada.
“Es de buena suerte” dice el conductor, “que nazca en la ambulancia, en medio de la carretera” continua “va a ser un buen día hoy”.Y ya es de día, el sol cae de lleno en la ambulancia, la sombra huye, la noche ha desaparecido, y en medio de mi perplejidad no logro asimilar aquella absurda parábola de la vida y de la muerte.

domingo, 2 de agosto de 2009

Crónicas rurales II

Encrucijada

Un perro aúlla cual lobo, cual coyote, cual ser de ultratumba. A lo lejos otro aullido le responde. Se escucha un auto, y pasa agrediendo el ruido ambiente, pero se marcha rápido, dejando en paz los sonidos habituales, el canto de varios pájaros distintos, el sonido de las patas de un grillo, las gotas cayendo, y… pasos?... un transeúnte, un muchacho, pasa por el camino, un poco temeroso, con andar reservado. Lo saludo, me mira con una mezcla de divertida timidez y al mismo tiempo profunda desconfianza. Se marcha, y de nuevo queda el silencio, pero tal silencio no existe, existe mucha vida, pasiva, sosegada, y todo llega al oído, los pájaros, las aves, los árboles, las plantas, las nubes, el cielo…
Miro de nuevo la encrucijada, esperando que pase el carro que me llevara a “El Rosal”, donde ejerceré mi “arte” de la medicina. Mientras tanto solo observo, en mutismo, a mí alrededor. No me había dado cuenta, pero el perro, el coyote, el ultratumba, ha callado, y su eco se ha apagado en la lejanía, y ya no hay replica en sus aullidos. Al fondo el cielo, gris, denso, bloqueando la vista, cerniéndose sobre este espectador, pero al mismo tiempo sosteniendo lo sosegado del ambiente, manteniendo la cohesión. Es un telón triste, pero al mismo tiempo agradablemente tranquilo, agradablemente acogedor, apoyado en el incesante y embriagador canto de las aves, y el cadencial golpeteo de las gotas sobre las verdes y marrones hojas, y el murmullo de la tierra rojiza, el lodo, al agua, y todo ello me invita a cerrar los ojos e inclinar mi cabeza hacia atrás, dejándome sumergir, fundir en el ambiente, y no sentir mas que la sutileza del contacto intenso de la naturaleza en mi piel y mis tímpanos.
Llega el auto de misión medica, con los ojos entrecerrados camino hacia el, despertando de mi fugaz y ansiosa ensoñación hacia la seca y apagada realidad. Camino, y al estar despierto me doy cuenta que siempre estoy dormido.

miércoles, 29 de julio de 2009

Crónicas rurales I

Lo siguiente, y lo que pondré en esta sección en adelante, es un poco lo que pasaba por mi cabeza, y como reaccionaba ésta frente a los hechos cotidianos en los que me vi envuelto durante mi pasantia como medico rural en un pueblo de Colombia hace mas de 2 años.
ooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo.

Serpiente

Para que los niños vivan la serpiente tiene que morir. O por lo menos así me lo hice entender. Al final ni siquiera era una serpiente, simplemente una culebra en el lugar equivocado (y qué tan equivocado lugar puede ser una escuela a veces), y recuerdo al hombre que la tenia aprisionada con la pala, no queriendo adjudicarse la responsabilidad, y con decenas de chicos curiosos (y descaradamente temerarios) detrás de él observando la furia del animal acorralado. “Habrá que matarla” dijo, dirigiéndome su mirada. “Soy medico rural, se espera que haga de todo”, me dije.

Y lo hice, con el filo de la pala varias veces contra su cuello, tratando de que fuera lo más rápido, y esperando no haber fracasado en ello cuando aun la veía moverse.
Al final, depositaron el animal inerte en un frasco con agua, y todos los niños hacían círculo alrededor mientras la transportaban. Yo les di la espalda y de nuevo miré al vacío, a mi mismo.

martes, 28 de julio de 2009

Lupo

El sol rayaba en el escaso horizonte y descollaba en las rocas. Todos habían muerto de sed y de calor excepto Lupo, quien con sus ojos ardientes, ciego de la arena de las escarpadas paredes a lado y lado de su navío, y con su cabeza en alto escrutaba el horizonte.

De pronto la euforia invadió su agotado espíritu, las rocas a su alrededor habían desaparecido y en el horizonte se alzaba, resplandeciente por el sol, el faro de Pólipo, la mítica ciudad costera.
La emoción fue demasiado intensa, y al contrario que su tripulación, Lupo murió, no de sed, sino de un ataque cardiaco luego de haber logrado atravesar el infinito e imposible canal de parto.


Agosto 22 - 2001

domingo, 12 de julio de 2009

Una bala para cada cual

Tocatta y Fuga para medio minuto.

Una bala para cada cual. El estruendo liberador sacude todas las fibras del ser. La ira enfermiza sobresale, el morbo se alimenta: sensaciones nuevas que hay que corromper.

Un pequeño objeto que extingue la vida, al primer contacto su calor abrazador lo funde todo: avanza y no hay resistencia, devora la fuerza a su alrededor. Por su misma perversidad, se deforma, al rehuir la influencia de la virtud, pero su masacrador impulso es mas fuerte que su miedo, y se contrae, y se funde en su propio conflicto, hasta que su ira muere y se detiene, pero la obra esta hecha. “el tiempo no ha existido”.

Un espectador simula ser inocente. Disfruta cada segundo. Los ojos de angustia se alejan, pero logran posarse en él.
El ultimo y acusador juicio traspasa la voluntad de aquel que ha irrumpido en la eterna virtud de un joven incapaz de asesinar. Terminan de hundirse en las cuencas repletas de sangre y fundidas con los cartílagos, huesos memoria y deseos perdidos.
El cuerpo no ha tocado el suelo y su alma ya es libre. Choca una masa convulsa y sin vida para divertimento del que simula ser inocente.
Los dedos tiemblan y el frío sudor recorre la frente. El que simula ser inocente sonríe macabramente.

La nublada percepción de la virtud perdida recupera lentamente la dirección. Un esfuerzo inhumano obliga al instrumento de la voluntad a reaccionar a los designios de la ahora corrupta conciencia. Sus manos se mueven, el mezquino objeto de destrucción apunta a otro lugar, el que simula ser inocente ya no sonríe.

El morbo ya no alimenta, ya no se disfruta, las sensaciones antes desconocidas arriban constantemente como un desagradable miasma de punzantes y devoradores sentimientos imposibles de rechazar. Un último y desesperado ademan de clemencia, inútil, justo castigo para un perpetrador, de la mano del perpetrado por su mano. Justo y rápido castigo que excluye miles de inútiles y absurdas leyes El estruendo liberador sacude todas las fibras del ser. La ira enfermiza no sobresale, el morbo no alimenta. Sensaciones ya viejas, corrompidas, que buscan redención

Otro pequeño objeto que no discrimina, su trato es igual con todos, y al igual que el anterior termina su obra, con igual efectividad.

La masa sanguinolenta y convulsa choca estrepitosamente con el impávido suelo, pero el cuerpo no libera el alma. Sufre, antes de experimentar sufrimiento eterno en las hogueras del averno. El perpetrador no existe ya.
El cuerpo del que simulaba ser inocente yace lánguido y sin vida, y en su rostro ya no se esboza una sonrisa. Dos objetos han cumplido su labor, Pero aun ha de ejecutar su acción un tercero.

La nublada percepción de la virtud perdida toma nueva dirección, un esfuerzo inhumano obliga al instrumento de la voluntad a reaccionar a los designios de la corrupta conciencia que angustiosamente busca purificación. El mezquino objeto de la destrucción apunta ahora a la prisión de la corrupta conciencia.
Los dedos tiemblan, la decisión esta tomada, no hay marcha atrás. El único medio para la redención esta en curso. La tensionada falange presiona y se produce el ultimo estruendo, y esta vez, la liberación es autentica.
.

‘No hubo perdón, no hubo castigo. Me encuentro en un limbo eterno, atormentado
por haber cedido a la corrupción de mi conciencia, pero satisfecho, ni en el
cielo, ni en el infierno, soy independiente ahora de la influencia de cualquiera
de los dos, finalmente, ¡soy libre!”

Abril 1999

viernes, 3 de julio de 2009

Fabula sin moraleja

Los seres y las cosas despertaron un día y se dieron cuanta de que algo había cambiado.

El ambiente se percibía opresivo, pesado, como si aquel eterno equilibrio que reina en el universo tomase conciencia y quisiera transformarse en caos. Las fuerza esenciales, antes inamovibles e inalterables parecían acechar ahora, como deseando apropiarse de todo cuanto existía.

-Tenemos que averiguar que pasa!- exclamó Zorro, no pudiendo contener su malestar ante la sensación de ofuscación que lo embargaba, tanto a el como a los otros animales.

-Tal vez Dios nos pueda explicar que pasa- intervino Gato- Él siempre vela por todos nosotros y tiene respuesta a todas nuestras preguntas.

-¿Pero, donde encontraremos a Dios?- Preguntaron los demás animales.

-El siempre observa todo desde su trono celestial, donde permanece sentado, arriba, mas allá de las nubes.

-¡Y como llegaremos?- Preguntó esta vez Caballo.

-Tal vez podamos alcanzar el cielo a través de las montañas- dijo de nuevo Zorro –Las montañas más altas cuyas cumbres se alzan más allá de las nubes.

-Entonces marchemos!- Exclamo Gato, y junto con Zorro, Paloma y Caballo, emprendió el camino que los llevaría a las montañas mas altas, para de allí, iniciar la ascensión que los conduciría al trono celestial en el que Dios esta sentado, mientras sentían las miradas cargadas de incertidumbre de todos los otros seres y las cosas, a medida que se perdían en la inmensidad de los cielos.

Tras muchos días de viaje alcanzaron las puertas del cielo, en donde se vieron sobrecogidos por un silencio sepulcral. Zorro, que iba a la vanguardia, divisó los largos escalones que los llevarían por fin a la sala del trono celestial, y reemprendió, casi desesperado, la carrera, dejando atrás a sus compañeros.
Al llegar al sagrado recinto, vio a lo lejos el trono, vuelto de espaldas a el, y a medida que se acercaba, distinguió el contorno de una figura sentada y su mano que sobresalía, que sostenía, apretándola con toda su fuerza, como si temiera que un poder mayor que el suyo le fuera a arrebatar el control que sobre ella tenia, una esfera verdeazulada sobre la cual no aflojaba un segundo la presión que ejercía su mano. Observó que el color del manto que le cubría el brazo era negro, y no blanco como el hubiera imaginado.

-Dios- dijo Zorro rompiendo el silencio –hemos venido porque queremos saber que es lo que sucede con lo que nos rodea.

Los otros animales llegaron al recinto exhaustos, pero con el aliento suficiente para secundar las palabras de Zorro.

-Sentimos que el ambiente en que vivimos y existimos nos oprime, y que todo aquello que antes era equilibrio, y por ende no sentíamos, ahora se ha transformado en caos y quiere consumir todo a nuestro alrededor.

Los cuatro animales observaron que aquella mano impuso mayor presión sobre la ya oprimida esfera verdeazul.

-¿Qué pasa?, dinos Dios- preguntaron, ansiosos y atemorizados, al unísono.
El trono giró hacia ellos mostrándoles al ser superior sentado sobre el trono celestial, y todos ahogaron un grito de espanto.

-¡Dios ha muerto!- dijo.

Era el hombre.

Diciembre -1999